Cuarentona y además ¡solterona!

Era una noche de viernes. Mi mejor amiga y yo íbamos camino a un restaurante de Polanco a celebrar su cumpleaños. En la plática recordé contarle de un prospecto de pareja por el que sentía interés, y entonces vino la sentencia: Pues aprovéchalo, porque es tu último tren”. En ese momento la frase no causó gran revuelo en mi mente, pero sí prendió la mecha del análisis en retrospectiva de mi propia vida y de las mujeres que hemos decidido vivir solas a nuestros 40 y más.

En México, más vale estar casada y con hijos mucho antes de cumplir los 40; de otra forma, estás rompiendo con el checklist del camino a la felicidad y lo aceptado por la dinámica social.

Desde mis 33 años, todos los brindis de año nuevo terminaban igual: Que en este año que empieza, ahora sí salga la nena”, un deseo que causaba una carcajada de mi familia al unísono, chocando  sus copas de champaña. Y yo me quedaba con un sabor amargo en la boca, preguntando en mis adentros por qué me deseaban algo tan en contra de mi propio pensamiento. Hasta que un día me armé de valor y di la noticia: Querida familia, por fin se les cumplió su deseo: el próximo año me caso. Les traeré a mi pareja, se llama Susana”. Su expresión fue cambiando de sorpresa a felicidad a un espanto terrible; y es que en mi familia podría ser solterona, pero lesbiana, era ya demasiado que aguantar. Ese fue el último año que me desearon un marido. De antemano, ofrezco una disculpa por las creencias de mi familia, las cuales no son las mías, porque desde que entendí que puedo ser y hacer lo que a mí me hace feliz, la libertad de pensamiento y elección es mi base de mi actuar.

Pues bien, hoy tengo 44 años y una hija de 21. Nunca me casé, y no está en mis planes hacerlo. Durante estos años de solterona, aprendí que las mamás del colegio (no todas) me veían como una amenaza, y que no era igualmente invitada a las cenas en casas, cumpleaños o bautizos; o que mis amigas cuando se casaban, sus maridos de inmediato les prohibían verme, puesto que yo era la soltera relajada que podía meter “pensamientos raros” a una mujer de casa. Aprendí que, por ser soltera, todos creían que tenía una relación más allá de lo laboral con mis jefes y que, además, ahora que soy cuarentona, la mayoría de los hombres piensan que estoy completamente disponible; es decir, hacerme caso es algo así como un “favor”, porque, además, ser cuarentona y solterona, es sinónimo de “locura”, según lo platicado múltiples veces en tono de broma en las mesas en las que estoy presente. Porque ¡claro!, ¿qué otra razón podría haber para que alguien como Josefina no tenga marido?

Con los años, mi entorno fue entendiéndome como un alma libre, aunque no me escapé de la preocupación de mi padre, quien sin tapujos me dijo: “Tienes un trabajo, una hija y un estatus, pero no serás una mujer respetable hasta que tengas un marido”; sin embargo, antes de partir, lo entendió todo. Supo que su hija era más que un marido y más importante aún, que su estado civil era una elección propia y no una casualidad. Sin embargo, ésta es mi historia, y no es necesariamente la que tienen todas, porque hay muchas mujeres que en realidad se restan valor por no estar casadas, o creen que tienen algo que arreglar en sí mismas para que un hombre voltee a verlas; es decir, viven minimizadas y atormentadas por no cumplir las expectativas y las reglas que marca la sociedad por la edad y el estatus. 

Si bien mis aportaciones en esta revista tienden a abordar aspectos financieros, esta vez quise hablar de un tema que hemos normalizado en la sociedad: estereotipar a una mujer con más de 40 que no está casada como una solterona que está en busca constante de pareja, ejerciendo patrones tóxicos y discriminatorios sobre nosotras, según los cuales pareciera que perdemos valor sólo por nuestro estado civil.

Una cosa es cierta: las mujeres que hemos decidido no llevar una vida compartida por el matrimonio solemos tener independencia, estabilidad financiera y nos estamos enfocando en lo que realmente nos gusta, dejando a un lado las reuniones y la gente incómoda, o bien lo que a los demás les gustaría que fuéramos; es decir, nos enfocamos en nosotras.

Así que esta colaboración sirva para que los calificativos de “cuarentona y solterona” tomen una connotación menos peyorativa, sino más bien de empoderamiento para las mujeres que decidimos llevar una vida plena con nosotras mismas, sabedoras de que un estado civil, la edad o un estatus social no nos define como personas.

La libertad de ser una misma, sola o acompañada, es lo que debería importarnos como seres humanos, ya seas hombre o mujer. Dejemos atrás las etiquetas y la discriminación pasivo-agresiva con este tipo de pensamiento retrógrada. 

Y a quienes me leen con 40 años y más, viviendo a plenitud su soltería, les repito la frase de mi abuela: “Con la frente en alto, mijita… con la frente en alto”.

 

Josefina Murrieta Ayala

  • Estratega, articulista y negociadora del IPADE.
  • MBA en Economía y Negocios.
  • Instagram: jose_murrieta