Deby Beard
El viento que baja de las montañas silba entre los pinos y se desliza hasta el lago Wakatipu, que respira lento bajo la luz cambiante del cielo. El agua, a veces de un azul intenso, a veces plata fundida, se convierte en el espejo de todo lo que lo rodea. En la orilla, como si flotara sobre el paisaje, se encuentra Rosewood Matakauri, un refugio que parece nacer del entorno, donde el silencio es una caricia y el tiempo se desliza sin prisa.
Ubicado a pocos minutos de Queenstown, en la Isla Sur de Nueva Zelanda, Rosewood Matakauri se encuentra en un rincón donde el paisaje revela la inmensidad de la región de Otago. El lago Wakatipu se extiende como un respiro largo y profundo, mientras que las montañas se alzan en el horizonte, imponentes y silenciosas. El aire es limpio y fresco, impregnado del aroma de la tierra humedecida. Dentro, el fuego cruje en la chimenea y la madera perfumada llena los rincones. Cada espacio invita al descanso, cada rincón parece creado para contemplar el paso de las horas.
Los días comienzan con el canto de los pájaros y el sol que asoma entre las cortinas. El desayuno llega con fruta madura, panes tibios y miel que sabe a flores silvestres. En el comedor principal, la luz se cuela entre las ventanas panorámicas que abrazan el lago, mientras el chef ofrece un menú que rinde homenaje a los ingredientes de la región. Cada plato se convierte en una celebración del entorno: trucha de los lagos cercanos, vegetales que crujen frescos en cada bocado, quesos de producción local que traen consigo la esencia de los campos abiertos.
Las horas se llenan de pequeños descubrimientos. Un paseo por la orilla del lago revela troncos suavizados por el agua, piedras que guardan los tonos del cielo y el eco lejano de las aves que sobrevuelan el horizonte. En los jardines del hotel, las flores se abren lentamente, mostrando colores que parecen haber sido tomados del crepúsculo. Cada paso es un recordatorio de que el mundo natural sigue su ritmo, ajeno a las prisas y los relojes.
Las tardes invitan al descanso frente a los ventanales que enmarcan el paisaje. El lago se alarga como un espejo infinito, mientras el sol dora las montañas y el viento juega con las hojas. En el spa, las manos expertas despiertan la piel y relajan los músculos con aceites perfumados que parecen extraídos del bosque. El cuerpo se suelta, la mente se despeja y el alma se aquieta, como si el entorno se filtrara poco a poco en cada rincón del ser.
El Lodge Lounge se convierte en un rincón ideal para la pausa de la tarde, con sofás mullidos frente a la chimenea y una selección de vinos que resalta la riqueza vitivinícola de Nueva Zelanda. Las copas de pinot noir revelan notas de frutos del bosque, mientras que el sauvignon blanc refresca con su acidez limpia y vibrante. En las cenas privadas, dispuestas en terrazas con vistas al lago, el crepúsculo se funde con los sabores intensos de carnes asadas y postres que dejan en el paladar un eco dulce y prolongado.
Al final del día, el lago se tiñe de cobre y oro, como si el sol se resistiera a despedirse del paisaje. Las horas de descanso se viven frente al fuego, con un libro entre las manos o una copa de vino que trae consigo el sabor de las vides del sur. La noche llega despacio, envuelta en estrellas que se encienden sobre el lago. En la calma absoluta, solo el viento queda como testigo del sueño profundo que se apodera del lugar.
Rosewood Matakauri es un refugio donde el alma se aquieta y la naturaleza se convierte en parte de cada instante vivido.