Por Josefina Murrieta Ayala
Era una noche de viernes, mi mejor amiga y yo íbamos camino a un restaurante de Polanco a celebrar su cumpleaños, en la plática recordé contarle de un prospecto de pareja que me andaba causando interés y entonces vino la sentencia: “pues aprovéchalo, porque es tu último tren”. En ese momento no causó mucho revuelo en mi mente, pero si prendió la mecha del análisis en retrospectiva de mi propia vida y de las mujeres que hemos decidido vivir solas a nuestros 40 y más.
En México, más vale estar casada y con hijos mucho antes de cumplir los 40, porque si no estás rompiendo con el check list del camino a la felicidad y lo aceptado por la dinámica social.
Desde mis 33 años, todos los brindis de año nuevo terminaban igual: “que en este año que empieza, ahora sí salga la nena”; un deseo que causaba una carcajada de mi familia al unísono, chocando sus copas de champaña y yo me quedaba con un sabor de boca amargo, preguntándome en mis adentros por qué me deseaban algo tan en contra de mi propio pensamiento; hasta que un día me armé de valor y di la noticia: “querida familia, por fin se les cumplió su deseo, el próximo año me caso, les traeré a mi pareja, se llama Susana”; sus caras fueron cambiando de sorpresa a felicidad a un espanto terrible; y es que en mi familia, podría ser solterona, pero lesbiana; era ya demasiado que aguantar. Ese fue el último año que me desearon un marido. De antemano, ofrezco una disculpa por las creencias de mi familia, las cuales no son las mías, porque desde que entendí que puedo ser y hacer lo que a mí me hace feliz, la libertad de pensamiento y elección es mi base en mi actuar.
Pues bien, hoy tengo 44 años y una hija de 21, nunca me casé y no está en mis planes hacerlo. Durante estos años de solterona, aprendí que las mamás del colegio (no todas), me veían como una amenaza y que no era igualmente invitada a las cenas en casas, cumpleaños o bautizos; o que mis amigas cuando se casaban, sus maridos de inmediato les prohibían verme, puesto que yo era la soltera relajada que les podía meter “pensamientos raros” a una mujer de casa. Aprendí que, por ser soltera, todos creían que tenía una relación más allá de lo laboral con mis jefes; y que, además, que ahora soy cuarentona, la mayoría de los hombres piensan que estoy completamente disponible, es decir, hacerme caso es algo así como un “favor”; porque, además, ser cuarentona y solterona, es sinónimo de “locura”, según lo platicado múltiples veces en tono de broma en las mesas en las que estoy presente; porque ¡claro!, ¿qué otra razón podría haber por la cual alguien como Josefina, no tendría un marido?
Con los años, mi entorno fue entendiéndome como un alma libre, aunque no me escapé de la preocupación de mi padre, quien sin ningún tapujo me dijo: “tienes un trabajo, una hija y un estatus, pero no serás una mujer respetable, hasta que tengas un marido”; sin embargo, antes de partir, lo entendió todo. Supo que su hija era más que un marido y más importante aún, que su estado civil era una elección propia y no una casualidad. Sin embargo, esta es mi historia y no es necesariamente la que tienen todas, porque hay muchas mujeres que en realidad se restan valor por no estar casadas, o creen que tienen algo que arreglar en ellas para que un hombre las voltee a ver; es decir, viven minimizadas y atormentadas por no cumplir las expectativas de las reglas que marca la sociedad por la edad y el estatus.
Si bien, mis aportaciones en esta revista siempre tienden a ser desde un aspecto financiero, esta vez quise hablar de un tema que tenemos normalizado en la sociedad: estereotipar a una mujer de más de 40 que no está casada, como una solterona que está en busca constante de una pareja; ejerciendo patrones tóxicos y discriminatorios sobre nosotras y que pareciera que perdemos valor, sólo por nuestro estado civil.
Una cosa es cierta, generalmente las mujeres que hemos decidido no llevar una vida compartida por el matrimonio, solemos tener independencia, estabilidad financiera y nos estamos enfocando en lo que realmente nos gusta, dejando a un lado las reuniones y la gente incómoda; o bien lo que a los demás les gustaría que fuéramos, es decir, nos enfocamos en nosotras.
Así que esta colaboración sirva para que los calificativos de “cuarentona y solterona” tomen una connotación ya no peyorativa, sino más bien de empoderamiento para las mujeres que hemos decidido llevar una vida plena con una misma; sabedoras de que un estado civil, la edad o un estatus social, no te define como persona.
La libertad de ser una misma sola o acompañada es lo que debería de importarnos como seres humanos, ya sea si eres hombre o mujer. Dejemos las etiquetas y las discriminaciones pasivo-agresivas con este tipo de pensamientos retrógradas. Y a quienes me leen con 40 años y más viviendo a plenitud su soltería, les repito la frase de mi abuela: “con la frente en alto mijita… con la frente en alto”.