Un santuario de serenidad enclavado en una península bañada por el Pacífico, donde el lujo es una forma de habitar el mundo, Punta Mita es uno de los destinos más paradisiacos de nuestro país.

Desde el primer paso sobre los senderos rodeados de vegetación tropical del St Regis Punta Mita, comprendí que este no sería un viaje más. La calidez de la tierra mexicana se funde con una estética sofisticada, casi cinematográfica, donde cada rincón está impregnado de alma y arte. Las texturas —maderas talladas, textiles tejidos a mano, cerámicas con espíritu ancestral— dialogan con una arquitectura que honra la raíz mexicana, pero que al mismo tiempo se deja acariciar por un susurro provenzal.
Desde mi terraza privada se podía contemplar el ir y venir del mar, hipnótico, envolvente. Todo estaba pensado para la calma y el deleite, desde las amenidades hasta el legendario servicio del mayordomo, una figura casi invisible pero siempre presente, como un ángel silencioso que anticipa tus deseos antes de que los formules.
Este paraíso también recibe a nuestros compañeros de cuatro patas con la misma dedicación. En mi suite, una camita suave, juguetes y pequeños premios los esperaban como si hubieran sido preparados con amor y paciencia. Es un lujo que trasciende lo material y se convierte en cuidado genuino.
Los días transcurrían como una melodía lenta: caminatas por la playa al amanecer, tardes de lectura junto a la piscina, tratamientos en el spa que parecían rituales sagrados. Pero fue en la gastronomía donde el resort reveló su alma con mayor intensidad.

Comer aquí es entregarse a una experiencia artística. Cada restaurante tiene su personalidad, su tempo, su acento. En Sakana, la sofisticación de la cocina Nikkei se despliega con una elegancia sutil. Platos como el sashimi de atún con yuzu y el poke con toques de ají amarillo se convierten en pequeños altares de sabor, acompañados por una mixología que desafía las fronteras del paladar. Todo en un entorno exclusivo, solo para adultos, con una alberca que parece derretirse en el horizonte.
Una noche inolvidable fue la cena en Mita Mary, un restaurante que se vive descalzo, con los pies hundidos en la arena y el corazón abierto al vaivén de las olas. Su carta celebra los sabores del Pacífico con toques mediterráneos y asiáticos: ceviches cítricos, mariscos fresquísimos, y una pesca del día que parece haber sido sacada del mar para ti y solo para ti. El ambiente es íntimo pero vibrante, una mezcla de bohemia chic y sofisticación relajada, donde cada platillo cuenta una historia que empieza en la costa y termina en el alma.
Punta Mita es un secreto bien guardado entre la sierra y el océano, donde la naturaleza se manifiesta con una elegancia serena. Este rincón privilegiado de la Riviera Nayarit se despliega como una península dorada, abrazada por aguas cristalinas y atardeceres que parecen pintados con pincel de fuego. Su energía es sutil pero envolvente, como si el tiempo aquí se estirara y los días se deslizaran con la suavidad de una ola rompiendo en la orilla. Es un destino que invita a desconectar del ruido del mundo y reconectar con lo esencial: la belleza, el silencio, la luz.

St. Regis Punta Mita es una vivencia transformadora. Un espacio donde el cuerpo descansa, el espíritu se expande y el corazón se reconcilia con la belleza del mundo. Hay destinos que te tocan tan profundamente, que al partir, una parte de ti decide quedarse.