Por Melanie Beard
Entrar al JW Marriott Nara es cruzar un umbral donde el tiempo parece plegarse sobre sí mismo, donde la modernidad se encuentra con la historia en un abrazo silencioso. Las colinas de Nara se despliegan a lo lejos, sus templos antiguos vigilando la ciudad con una serenidad que parece eterna, y uno siente, apenas atraviesa la entrada, que ha llegado a un lugar donde cada detalle ha sido pensado para acunar los sentidos.

El vestíbulo es un espacio que respira, donde la luz se filtra entre superficies cálidas y suaves, invitando a detenerse, a contemplar. Cada textura, desde la madera noble hasta la piedra pulida, tiene una voz propia, susurrando historias de calma y equilibrio. Caminar por los corredores es como recorrer un museo vivo: los muebles, las obras de arte, los tapices, todo cuenta algo de la tierra que lo vio nacer, de la cultura que lo inspiró, y uno se siente parte de esa narrativa, como un visitante que ha llegado a casa sin saberlo.
La gastronomía en JW Marriott Nara es un viaje en sí mismo. Cada comida es un ritual, un encuentro entre sabores delicados y técnicas precisas. AZEKURA es un restaurante que consta de tres rincones: teppanyaki, cocina kaiseki y sushi. En su ambiente inspirado en el estilo arquitectónico de un antiguo almacén de tesoros podemos disfrutar de maravillosos ingredientes importados desde diferentes rincones de Japón y las habilidades de chefs con más de 20 años de experiencia.
En este hermoso espacio culinario tuve el placer de disfrutar del teppanyaki en su máxima expresión. Elaborada frente a mi, la cena fue un espectáculo de sabores y aromas. La palabra teppanyaki proviene de las palabras teppan que significa plato de hierro y yaki que significa asado o frito. En este plancha se elaboró toda la cena; disfrutamos de verduras y carnes con en diversas presentaciones, acompañados de una serie de diferentes tipos de sal y sake local. Logrando la cocción perfecta de los exquisitos cortes de carne, el chef Azekura Yamamoto nos impresionó con su dedicación y la atención a detalle que le puso a cada manjar.

Cuando cae la tarde, la luz dorada tiñe cada superficie con un resplandor cálido. Sentarse frente a una copa de sake mientras el sol se despide es sentir que todo lo esencial se concentra en un instante: el aroma de la madera, la brisa que entra por las ventanas abiertas, el sabor delicado y profundo de la gastronomía local re-interpretada con maestría.
La belleza y la serenidad se encuentra en esta joya, donde la historia, la naturaleza y el cuidado del detalle se entrelazan. Cada recuerdo se percibe como un susurro persistente y Nara permanece por siempre en el corazón.
