¡Odio mis chinos!

Con pelo lacio, ondulado, largo, corto, güero o castaño, todas, pero todas las mujeres sufrimos por el tipo de cabello que tenemos. Pero ¿usas el tratamiento correcto? Sigue leyendo, esto te interesa…

Por: María Fernanda Gutiérrez

Hace un par de años, mi hija, que en aquel momento tenía 12, me dijo muy frustrada: “¡Odio mis chinos!”. Cuando ella nació apenas tenía una pelusilla de cabello, pero al crecer su cabeza fue adornándose con hermosos rizos dorados, que a la pubertad comenzaron a desaparecer, dejando sólo una mata de cabello esponjado, enredado, difícil de manejar, todo un tormento para una niña que apenas empezaba a descubrir quién era. Por eso, aunque no se trataba de un tema tan preocupante como un trastorno alimenticio o cambios de conducta demasiado radicales por tratar de ser alguien que no era, decidí tomar el asunto con seriedad, porque podría ser el principio de un conflicto grave para ella.

¡Cómo no acordarme de mí misma, en los ochenta!, cuando, salida de la regadera, sacudía mis chinos, aplicaba un poco de mousse y al final un buen toque de spray; recuerdo a mi padre decirme: “Pareces gallina copetona”, pero yo me sentía soñada, jamás tuve el issue que entonces aquejaba a mi pequeña.

¿Sería que yo era una adolescente menos preocupada por mi aspecto? ¡Obvio, no! Comencé a poner más atención, primero a las influencers que ella admiraba: maquilladas en exceso, largas cabelleras lisas o con un ondulado perfecto; sus amigas más cercanas, todas, planchadas para la fiesta, el mismo tipo de vestido, zapatos… en fin, todas siguiendo un mismo patrón, pero ella era diferente; ése era su problema y a la vez su mayor ventaja.

Debía hacer que ella reflexionara sobre la importancia de aceptarse a sí misma tal cual es, no caer en el autorrechazo, y menos por el conflicto con uno de sus mayores atributos físicos, por lo que retomé la búsqueda que había iniciado años atrás, cuando después de nacer mi primer hijo y habiendo hecho de las suyas el circo hormonal, con todo y enanos crecidos; la nariz, los pies, la panza y hasta la nalga del juicio (ese bulto en la cadera que tarde o temprano nos sale, aunque no queramos), llegó la gran pérdida: ¡mi cabello!

Recuerdo que en aquel entonces usé todos los productos y marcas habidas y por haber, de supermercado, de salón, especializadas, tratamientos profesionales, etc. ¡Mi cabello se veía “sano” y bonito, ¡pero de rizos, nada! Cansada, llegue a la conclusión de que había perdido mis chinos para siempre y comencé a hacerme lo que nunca antes quise (luces, reflejos, tinte, hasta 40 minutos tardaba en peinarme con la secadora a diario), todo por buscar algo que llenara ese pequeño vacío que, sin darme cuenta, minaba de alguna manera mi seguridad. Así que sabía perfectamente cómo podría ser eso para una niña de 12 años que busca su lugar en el mundo.

Fue por ella que comencé de nuevo, pero esta vez fue diferente. Al final encontré la solución, y con ello comprendí cuál es la verdadera raíz del problema, no sólo de mi hija, sino de muchas mujeres, adolescentes e incluso niñas que están constantemente expuestas a estereotipos y al bombardeo de contenidos confusos. Una cosa llevó a la otra, para por fin dedicarme a la asesoría capilar. Me vi obligada a investigar más a fondo el comportamiento del cabello, desde su composición química y estructura hasta su reacción ante diferentes factores naturales o químicos, como a algunos tratamientos nocivos que prometen la tan anhelada belleza eterna, pero lo único eterno serán las aplicaciones que tendrás que hacerte para conservar ese efecto de liso perfecto.

La condición del cabello prácticamente depende del estado de su capa protectora externa (cutícula), formada por escamas unidas entre sí. Esta capa protege el cuerpo interno del cabello, rico en lípidos y agua. Cuando la cutícula sufre agresiones, ya sean por clima extremo, dureza del agua, cambios hormonales, embarazo, lactancia, uso de medicamentos, tintes, productos incorrectos, planchas, secadoras, etc., las uniones entre estas “escamas” se debilitan, abriéndose y dejando expuesto el cuerpo interno del cabello, lo que provoca que pierda sus lípidos y agua. El pelo sufre deshidratación y entonces aparece el frizz; se esponja, se siente áspero, se cae y desaparecen los rizos naturales, porque al no estar hidratado, el cabello pierde su flexibilidad y elasticidad que le son propias.

En este tiempo he asesorado a muchas mujeres y jovencitas que por distintas razones han perdido la salud y belleza de su cabello chino, ondulado o liso, comprobando una y otra vez la importancia de este elemento en nuestra seguridad. Así que para mí lo más importante al momento de hacer un diagnóstico es escuchar a la mujer a quien estoy tratando de ayudar, conocer la historia de su cabello, y al mismo tiempo reforzar que sólo ella lo tiene y debe sacar lo mejor de él y de sí misma, de la manera correcta y al natural. El gran secreto está en la hidratación y nutrición del cabello, pero a profundidad.

María Fernanda Gutiérrez


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