Por: Moshé Habia
La equidad e igualdad de género son temas que han sido discutidos durante siglos en diferentes ámbitos y contextos sociales, políticos y religiosos. En los últimos años, con la humanidad desarrollándose en un mayor nivel de consciencia, libertad y claridad, los dos conceptos han pasado de la discusión a la acción pública.
Simplifiquemos la diferencia entre ambos términos; la igualdad reconoce que toda persona merece la misma oportunidad, sin importar su condición (género, religión, raza, preferencias personales etc). La equidad -un poco más difícil- es la capacidad de asegurar que las personas tengan las herramientas requeridas -de acuerdo a su propia condición- para lograr la igualdad. Podríamos decir que la igualdad y equidad son codependientes; una sin la otra, no hará ninguna diferencia.
En el micro universo de la familia, la igualdad y equidad son de mayor importancia, pues la familia es la sede en la que se transmiten las primeras ideas y valores sobre la relación entre los géneros. Desde una óptica espiritual, consideramos que la equidad e igualdad de género son los elementos más fundamentales para lograr la armonía y el amor en la familia.
En algunas antiguas prácticas espirituales (no religiosas), ambos géneros son vistos con un solo valor; entendiéndose que la igualdad y equidad son condiciones innatas y forman parte del diseño natural de ambos géneros. Esto significa que, en la familia, los roles y responsabilidades deben ser compartidos de manera justa y equitativa entre hombres y mujeres.
Bajo esta consideración, la equidad e igualdad de género en familia, se logra a partir y a través de una comunicación abierta. Independientemente de la repartición de tareas, proveeduría etc. Ambos géneros se deben sentir en libertad de expresar sus gustos, deseos y necesidades. Las opiniones de ambos géneros se toman en cuenta por igual, considerando siempre el bienestar común del núcleo que representa la familia. En lugar de asumir que ciertas tareas o responsabilidades son sólo del hombre o de la mujer, se tiene que llevar a cabo una negociación y un acuerdo conjunto.
Es claro que este comportamiento, puesto en práctica antes de tener hijas e hijos, define la línea educativa e impartición de valores a las niñas y niños. Desde temprana edad viven en un ambiente de igualdad y de provisión de equidad. Los roles y tareas no se definen por género sino por la conveniencia de la familia. Se vive en un equilibrio natural. La igualdad significa que el mismo núcleo genera las herramientas requeridas para vivir en constante equidad. En ésta enseñanza se les inculca la idea de la equidad e igualdad de género como un valor fundamental en la familia y por ende de la sociedad (compuesta de familias).
Las familias en las que esto se práctica son más unidas y armónicas.
Existen además menos frustraciones y mayor autovaloración en las familias en las cuales las mujeres son libres y alentadas a perseguir sus sueños y objetivos personales, mientras los hombres participan en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos. Esto enseña y anima a los hijos e hijas a explorar diferentes intereses y carreras sin importar el género.
Es claro que, independiente de la equidad e igualdad de género, las mujeres y hombres no son idénticos. Sus habilidades, talentos y características únicas son valoradas y respetadas. La equidad e igualdad de género reconoce y aprecia las diferencias entre estos y asegura brindar a todos las mismas oportunidades y derechos.
En conclusión, la perspectiva espiritual de la equidad e igualdad en la familia, es fundamental para valorar a todos los géneros por igual y crear una convivencia armoniosa y amorosa. Esto se logra a través de la comunicación abierta que ayuda a la eliminación de estereotipos. Cuando convertimos la equidad e igualdad de género en Modus Vivendi y valores fundamentales de la familia, creamos las bases para una sociedad más justa y armoniosa.