Salir a rumbear sin pensar en la cuenta

Estábamos en nuestros veintitantos años, ambas abogadas, trabajando para una firma que se dedicaba a la cartera vencida, ahí nos conocimos. Cuando nos vimos, no nos caímos bien, yo pensaba que ella era una hija de mami que le daba la bendición cada día que salía a trabajar y ella pensaba que yo era una niña de familia que nada me había costado trabajo.

Nada más lejos de la realidad, mi amiga tenía años viendo por sí misma, era huérfana de padre desde niña, vivía sola, y si bien su madre la sacó adelante a ella y sus dos hermanos; la verdad es que se las arreglaba como podía, lidiando con sus problemas; por mi parte, ya tenía a mi hija, me había quedado sin madre muy joven y mi abuela (mi segunda madre) estaba en sus últimos días de vida en cama por un cáncer fulminante.

Pues el destino nos unió para crear una hermandad que aprecio a cada momento, ella me enseñó que los duelos no son eternos y que la vida sigue, que por mucho que se ponga turbia, compleja y a veces sin sentido, se vale tomarte tus tiempos, para vivir lo apropiado del momento.

Fue como hicimos nuestra, esa canción de Bacilos denominada “Mi primer millón”, en donde la frase de “salir a rumbear sin pensar en la cuenta”, la cantábamos a todo pulmón mientras sabíamos que era nuestra última cerveza de la noche, porque de otra forma, la quincena no alcanzaría para todo.

En ese entonces planeábamos que tipo de camioneta nos compraríamos en algún momento y que adquiriríamos entre las dos un lugar de playa y otro de montaña para poder vacacionar.

Los años pasaron, ella se fue a vivir a diferentes ciudades y yo también, yo me formé en diversas áreas y ella siguió en la iniciativa privada, las dos en empleos bien remunerados que nos iban dando la estabilidad financiera que tanto una anhela.

Sin embargo, no nos alcanzaba para esa camioneta o bien ese lugar de playa o de montaña, así que empezamos a diversificar nuestros ingresos, porque descubrimos que con nuestra experiencia ya adquirida, nuestra asesoría era valiosa en diversos campos.

Hasta que un día una llamada de ella lo cambió todo, me dijo: “después de años de estar buscando ser socia en el despacho, me corrieron con un simple: aquí ya no puedes crecer, te dejamos ir para que lo hagas en otro lado”. Y ahora que lo veo en retrospectiva, tenían toda la razón, la dejaron ir y entonces creció como nunca.

Unos años después, a mí también me llegó mi momento, mi jefe de ese entonces, me citó en un restaurante que de pronto se convirtió en el de las malas noticias y desde ese momento lo supe, me dije: “me van a pedir la renuncia” y así fue, sin más ni más.

Yo sabía que iba a pasar en algún momento, e inclusive estoy segura que hice todo para estar preparada para ello, ya que había diversificado mis ingresos y retomado aquella frase que me retumbaba en la cabeza que me dijo mi padre antes de morir: “tú eres empresaria desde que eras una niña, piérdele el confort al sueldo y lánzate, te va a ir muy bien, lo traes en la sangre”.

Y heme aquí, si bien había sido parte de empresas como accionista desde hace años, una realidad es que le daba siempre prioridad a mi empleo y me servía de suficiente pretexto para que el sueldo le ganara a todo.

Por eso decidí escribir esta historia muy nuestra, que claro es la de muchas mujeres que hoy, a pesar de todo y contra todo, deciden lanzarse como empresarias. Bien por todas ustedes, y si tú en estos momentos estás pensando que ya parece que vas a renunciar a tu sueldo para poder a salir a rumbear sin pensar en la cuenta, te puedo decir que vale totalmente la pena. Crea tu propia historia, que para eso estamos vivas.

Josefina Murrieta Ayala